¡Vaya chaparrón! ¿Es que no va a dejar de llover? Tengo las ropas
empapadas y los miembros ateridos. Por lo menos ya no truena ni
relampaguea. Es extraño. Desde que me he despertado no he visto un solo
relámpago. Creo que caían rayos. No puedo recordar nada con claridad,
pero estoy seguro de que había como una horquilla de luz en el cielo.
No, no era eso; era como una cruz.
Es ridículo, por supuesto. Los relámpagos no pueden formar una cruz. Tal
vez fue un sueño que tuve mientras yacía tumbado en el fango. Tampoco
recuerdo cómo llegué allí. Tal vez me tendieron una emboscada para
robarme y me dejaron allí hasta que la lluvia me hizo recobrar el
sentido. Pero no me duele la cabeza, sino la espalda: es un dolor agudo y
punzante en el hombro. No, no pueden haberme robado; todavía conservo
mi anillo y el dinero que llevaba en el bolsillo.
Quisiera recordar lo que ha sucedido, pero mi cabeza se niega a pensar.
Una parte de ella no desea recordar; ¿por qué razón? Allí... No; ha
desaparecido otra vez. Tiene que haber sido otro sueño; tiene que
haberlo sido. ¡Qué horror!
Ahora debo protegerme de la lluvia. Cuando llegue a casa encenderé un
buen fuego y dejaré de pensar hasta que mi mente haya descansado. Ah, ya
sé dónde cae mi casa. Puede que no sea tan horrible si sé eso...
Ya está. He encendido un buen fuego y he puesto mis ropas a secar. Tenía
razón; esta es mi casa. Y yo soy Karl Hahrhöffer. Mañana preguntaré en
el pueblo cómo llegué aquí. Los habitantes de Altdorf son amigos míos.
¡Altdorf! Cuando no intento pensar. algunas cosas vuelven a mi mente.
Sí, mañana iré al pueblo. De todos modos, necesito comida y en la casa
no hay provisiones.
¡No es extraño! Cuando llegué aquí estaba cerrada con clavos y tablas.
Me llevó casi una hora forzar la puerta. Después, mis pies me guiaron al
sótano, que no estaba cerrado. A veces, mis músculos saben más que mi
cerebro, y otras veces me engañan. Tendrían que haberme hecho descender
al sótano en vez de conducirme por la escalera a esta habitación.
Hay polvo y suciedad por todas partes, y los muebles parecen a punto de
partirse en dos. Diríase que nadie ha vivido aquí desde hace un siglo.
Tal vez haya estado ausente de Altdorf mucho tiempo, pero no puedo haber
vivido lejos mientras sucedía todo esto. Debo encontrar un espejo.
Tendría que haber uno en el rincón, pero ha desaparecido. No importa; un
recipiente con agua servirá lo mismo.
¿Ni un espejo en la casa? Me gusta ver mi imagen reflejada: creía tener
un rostro hermoso y aristocrático. He cambiado. Mi cara apenas ha
envejecido, pero los ojos son inquisitivos, los labios finos y rojos, y
hay un algo desagradable en mi expresión. Cuando sonrío, los músculos se
curvan antes de comunicarme aquella arrogancia de antaño. A mi hermana
Flämchen le encantaba mi sonrisa.
Tengo una reluciente herida roja en el hombro Como una quemadura. Tiene
que haber sido el relámpago, después de todo. Tal vez fue esa cruz de
fuego en el cielo. Creo recordarlo. Me golpeo con fuerza en la cabeza, y
luego me dejó tendido en la tierra húmeda hasta que el frío me hizo
revivir.
Pero eso no explica la condición de la casa, ni el paradero del viejo
Fritz. Flämchen puede haberse casado y marchado, pero Fritz se hubiera
quedado conmigo. Quizás me lo hubiera llevado conmigo a América, pero
¿qué se hizo de él? Sí, eso es, yo estaba por ir a América antes...
antes de que algo sucediera. Debo de haber ido allí y permanecido en el
país más tiempo del que me parece. En diez años pueden sucederle muchas
cosas a una casa abandonada. Fritz era anciano. Me pregunto si lo
sepultaría en América.
En Altdorf tal vez lo sepan. La lluvia ha cesado y ya se ven los colores
de la aurora en el cielo. Pronto bajaré al pueblo. Pero ahora me está
entrando sueño. No es de extrañar, con todo lo que he pasado. Subiré a
descansar un rato antes de ir al pueblo. El sol saldrá dentro de unos
minutos.
¡No! ¡Qué piernas más torpes! ¡A la izquierda! La derecha lleva al
sótano, no al dormitorio. ¡Arriba! La cama no debe de estar en muy
buenas condiciones ahora, pero las sábanas tendrían que haber resistido
bien. Debería poder dormir en ella sin dificultad. Apenas puedo mantener
abiertos los ojos para encontrarla...
Al parecer estaba más cansado de lo que pensaba, ya que vuelve a estar
oscuro. El exceso de fatiga siempre produce pesadillas. Ahora se han
desvanecido, como sucede con los sueños, pero a juzgar por la impresión
que me han dejado, debieron de ser horribles. Y me he despertado con un
hambre atroz.
Es una suerte que tenga los bolsillos repletos de dinero. Me llevaría
demasiado tiempo ir a Edeldorf, donde está el banco Ahora no será
necesario por un tiempo. Este dinero me resulta extraño, pero supongo
que habrá cambiado la acuñación durante mi ausencia. ¿Cuánto tiempo he
permanecido fuera del país?
El aire es frío y tenue después de la lluvia de ayer, pero no hay luna.
Aborrezco las noches nubladas. Y parece que algo no marcha como es
debido en el camino que lleva al pueblo Claro que puede haber cambiado,
pero parece un cambio demasiado drástico para los diez años
transcurridos.
¡Ah, Altdorf! Donde antes estaba la casa del burgomaestre, hay ahora un
negocio con una extraña bomba delante de él. Es un poste de gasolina. Mi
mente parece reconocer, y hasta esperar, muchas cosas que ni siquiera
recuerdo haber visto antes. Observo cambios a mi alrededor, pero Altdorf
no ha cambiado tanto como yo temía Allá está la taberna, más allá el
colmado, y al final de la calle la tienda de vinos. ¡Excelente!
No, estaba equivocado. Altdorf no ha cambiado, pero la gente sí. No
reconozco a nadie, y ellos me miran con cara de pocos amigos. ¡Pero si
tendrían que reconocerme! Los chicos deberían correr en pos de mí
pidiéndome caramelos. ¿Por qué se muestran atemorizados? Y esa
anciana... ¿por qué grita y arrastra a los niños dentro de la casa
cuando me ve pasar? ¿Por qué apagan las luces de las casas y las calles
quedan desiertas cuando me aproximo? ¿Me habré convertido en un feroz
delincuente durante mi estancia en América? No tengo ninguna propensión a
delinquir. Me habrán confundido con otro; mi aspecto es ahora muy
distinto.
El encargado de la tienda de comestibles me resulta vagamente familiar,
pero es más joven y está ligeramente cambiado en relación con el que yo
recuerdo. Un hermano, tal vez.
—¡No escapes, imbécil! No te haré daño. Sólo quiero comprar unas
legumbres y provisiones. Veamos. No, carne no. No soy un ladrón; te
pagaré. ¿Ves? Tengo dinero.
Está pálido y le tiemblan las manos. ¿Por qué se quedará mirándome así habiéndole pedido cosas tan corrientes?
—...Es para mí, claro. ¿Para quién si no? Tengo la despensa vacía. Sí, eso me vendrá muy bien.
Si dejara de temblar. ¿No tiene otra cosa que hacer más que volver la
mirada furtivamente hacia esa puerta? Ahora me da la espalda y se lleva
las manos al rostro, como si se persignara. ¿Pensará que uno vende su
alma al diablo por haber estado en América?
—No, ésa no, tendero. Tiene el color rojo más nauseabundo que he visto
en mi vida. Un poco de café, mantequilla y azúcar, y... sí, póngame un
trozo de embutido y otro poco de esa longaniza, pero no me dé la parte
magra..., prefiero la grasa. ¿Que si quiero embutido de sangre? ¡Vaya
idea! Claro que no. Sí, la llevaré yo mismo si el chico está enfermo.
Pero hasta mi casa hay un buen trecho. ¿Podría usted prestarme esta
carretilla? Se la devolveré mañana... Muy bien; la compraré.
—¿Cuánto le debo? Quiero pagarlo, entiéndalo. Esto debería bastar, ya
que no quiere decirme el precio. ¿Es que tengo que tirárselo a la cara?
Está bien, lo dejaré sobre el mostrador. Sí, puede usted irse.
¿Por qué echa a correr ese imbécil, como si yo tuviera la peste? Sí, eso
debe ser. Es muy natural que me eviten, si piensan que tengo una
enfermedad contagiosa. Pero de haber estado enfermo no podría haber
venido solo aquí. No, no consigo explicármelo.
Ahora le toca el turno al de la tienda de vinos. Es un hombre joven, muy
pagado de sí mismo. Tal vez se comporte como una persona sensata. Por
lo menos no corre, aunque palidece.
—Sí; vino, por favor.
No se sorprende tanto como el colmadero. Diríase que es más normal pedir vino que provisiones. Qué raro.
—No; Riesling blanco, no tinto. Y tokai. Sí; esa marca está bien. si no
tiene la otra. Y un poco de coñac. Hace tanto frío por las noches... Su
dinero... Muy bien.
No rechaza el dinero ni vacila en cobrarme el doble, pero lo recoge con
un gesto de vacilación y deja caer el cambio en mi mano sin contarlo.
Tiene que haber algo en mi apariencia que ayer noche el agua no reflejó.
Se queda mirándome fijamente mientras me marcho tirando del carretón.
La próxima vez compraré un buen espejo, pero por hoy ya he tenido
bastante de este pueblo...
Otra vez de noche. Esta mañana me acosté antes de que saliera el sol,
esperando dormir un poco antes de recorrer la casa, pero cuando me
desperté reinaba nuevamente la oscuridad. Bueno, tengo velas en cantidad
suficiente. Poco importa que inspeccione el lugar de día o de noche.
Pese a tener buen apetito, me cuesta un verdadero esfuerzo tragar la
comida; le encuentro un sabor extraño, como si no hubiera comido en
mucho tiempo. Pero es muy lógico: debo suponer que en América los
alimentos no serían los mismos. Empiezo a creer que he estado ausente
más de lo que pensaba. Sin embargo, el vino es bueno. Siento como si
corriera nueva vida por mis venas.
El vino despeja la sensación de extrañeza que me acecha luego de las
pesadillas. Confiaba en no soñar esta vez, pero en cambio fueron aún más
intensas. Algunas las recuerdo a medias. En un sueño aparecía Flämchen;
Fritz en varios.
Sin duda, todo se debe al hecho de estar de nuevo en este caserón, y
como tiene ese aspecto tan siniestro, Fritz y Flämchen se me aparecieron
en sueños con horribles disfraces.
Examinemos la casa. Primero el altillo, luego el sótano. El resto ya lo
he visto, y casi no ha sufrido cambios, salvo en su anacrónica y vetusta
apariencia. Tal vez las buhardillas sigan igual, aunque la curiosidad y
la falta de ocupación me impulsen a verlo.
Los peldaños deberían estar bien asentados, pero la escalerilla cruje
demasiado para aventurarme a subir por ella. Aunque parece bastante
sólida, pese a todo. Ahora la trampilla. Ah. se abre con facilidad.
Pero, ¿qué olor es ése? Ajo, o el vestigio del ajo consumido por la
edad. El lugar apesta; por todas partes hay pequeñas cabezas de ajo
resecas.
Alguien ha vivido una vez aquí. Hay una cama y una mesa y unos platos
sucios. Restos de comida. Y aquel viejo sombrero es el que Fritz usaba
siempre. La cruz en la pared y la Biblia sobre la mesa eran de Flämchen.
Mi hermana y Fritz se habrán encerrado aquí después de mi partida. Más
misterios aún. Si ello es así, es posible que murieran aquí. Los del
pueblo deben saber qué ha sido de ellos. Tal vez alguien quiera
decírmelo. Quizás el expendedor de vinos, dándole una propina.
Hay poco aquí que pueda retenerme, a menos que la cómoda esconda algún
secreto. ¡Atascada! La herrumbre y la madera en descomposición no
engañan: debo de haber estado ausente más tiempo del que pensaba. Vaya,
por fin se abre. Sí; hay algo en ella. Un libro o algo parecido. Leo:
Diario de Fritz August Schmidt. Tal vez aquí encuentre una pista, si es
que consigo hacer saltar el cerrojo. En el taller debería haber
herramientas.
Pero primero tengo que explorar el sótano. Me parece extraño que las
puertas estuvieran abiertas cuando el resto de la casa estaba tan
cuidadosamente cerrado. ¡Si pudiera recordar cuánto ha durado mi
ausencia!
¡Con qué facilidad me llevan los pies al sótano! Bueno, que sigan su
camino. Tal vez sepan más que mi memoria. Antes me guiaron ya bastante
bien. ¡Huellas en el polvo! Zapatos de hombre. Un momento... Sí,
coinciden perfectamente. Son mías. Entonces bajé acá antes del golpe.
Eso explica lo de la puerta. Vine hacia aquí, la abrí, deambulé por el
sótano. Sí. eso debe ser. Seguramente iba camino del pueblo cuando me
sorprendió la tormenta. Y eso explica, también, por qué mis piernas se
movieron con tanta seguridad hacia la entrada. Los hábitos musculares
son difíciles de romper.
¿Pero por qué me quedé aquí tanto tiempo? Las huellas van en todas
direcciones y cubren el pavimento. Evidentemente, aquí no hay nada que
pueda retener mi interés. Las paredes están desnudas, los estantes
desvencijados y no veo señal alguna que indique la existencia de algo
anormal. Pero sí... Allí donde vuelven a juntarse todas las huellas hay
una tabla que no tendría que estar suelta. ¡Con qué facilidad se desliza
en mis manos!
¿Por qué tiene que haber un hueco excavado en la pared, si el sótano
está vacío? Tal vez hay algo escondido allí. Huelo a moho y el aire me
trae unas emanaciones nauseabundas. Este olor me es familiar, y la
asociación de ideas me resulta desagradable. Ah, ahora puedo ver. Allí
hay una caja, grande y pesada. Dentro... ¡Un ataúd, abierto y vacío!
¿Cómo puede ser que haya una persona enterrada aquí? No tiene sentido.
Pero si está vacío... se hubiera llenado de tierra... No; aquí sucede
algo muy extraño. En mi ausencia han ocurrido cosas muy raras. La casa
tan deteriorada y vetusta, los habitantes del pueblo asustados, Fritz
que se encierra en el altillo, este ataúd escondido aquí... No sé, pero
tiene que haber una relación en todo ello. Debo averiguarlo.
Este ataúd fue muy hermoso en su momento. Aun hoy el forro de raso se
mantiene intacto, excepto por esas extrañas manchas parduscas. Moho, tal
vez, aunque nunca he visto que endureciera la ropa. Más bien parece
sangre. No logro hilvanar todo este asunto. Pero todavía me queda el
diario. En alguna parte tiene que haber una respuesta. Romperé el
cerrojo de una vez y veré si encuentro allí una respuesta a tanta
incógnita...
Esta vez, la lectura y el trabajo no me han dado oportunidad de dormir
durante el día, como ocurriera antes. Ya vuelve a ser de noche, y
todavía sigo en vela.
En efecto, el diario contenía la respuesta. Lo he quemado, pero podría
repetirlo de memoria. ¡La memoria! ¡Cuánto odio esa palabra! Por suerte,
hay algunas cosas que sólo las comprendo a medias. Tengo la esperanza
de no llegar nunca a recordar del todo. Es un milagro que no me haya
vuelto loco. De no haber encontrado el diario, todo podría... pero es
mejor así.
La historia está completa ahora. Al principio, cuando empecé a leer los
garabatos de Fritz, todo me pareció extraño e increíble, pero nombres y
acontecimientos estimularon mi memoria, hasta que pude revivir la
pesadilla que estaba leyendo. Tendría que haberlo adivinado antes. Ese
dormir de día, la vetustez de la casa, la falta de espejos, la actitud
de los pueblerinos, mi aspecto, otros mil detalles, todo debería haberme
abierto los ojos mucho antes. Los sucesos quedan expuestos con
meridiana claridad en las páginas que Fritz dejó escritas antes de
abandonar el altillo.
Había hecho mis planes y estaba por irme a América dentro de tres días
cuando conocí a una extranjera a la que los habitantes apodaban «Señora
de la noche». Se decían de ella cosas espantosas, y los del pueblo la
temían y despreciaban. Pero yo no quise dejarme llevar por sus
supersticiosas aprehensiones. Ejercía sobre mí una misteriosa
fascinación. Olvidé el viaje. Se me vio varias noches en su compañía,
hasta que incluso el cura del lugar se volvió en mi contra. Sólo Fritz y
Flämchen me fueron leales.
Cuando se produjo mi «muerte», los doctores dijeron que había sido por
«anemia», pero los vecinos no se dejaron engañar. Formaron una partida y
dieron varias batidas por la comarca hasta que hallaron el cuerpo de la
mujer. Le clavaron un asta de ciervo y quemaron el cadáver. Pero mi
ataúd había desaparecido. Los pueblerinos sabían que yo me había vuelto
un monstruo, pero no lograron encontrar mi cuerpo.
Fritz sabía que iba a ocurrir. El viejo criado se encerró junto con
Flämchen en el altillo, lejos de mí. Pese a todo, no podía abandonar sus
esperanzas sobre mi suerte. Tenía su propia teoría sobre los No
Muertos. «No es propiamente muerte —escribió—, sino una posesión. El
alma auténtica duerme, mientras prevalece el demonio que ha penetrado en
el cuerpo. Tiene que haber algún modo de desalojar al enemigo sin matar
a la persona, como hizo nuestro Señor con el poseso. Sea como fuere,
tengo que hallar el medio.»
Pero eso fue antes de que yo persuadiera a Flämchen a unirse conmigo.
¿Por qué será que nosotros (en el estado en que yo me encontraba)
tenemos siempre que buscar nuestra presa entre los seres queridos? ¿No
es suficiente permanecer retorciéndonos entre las llamas del infierno en
que el usurpador ha convertido nuestro cuerpo? ¿Hemos de ver, además, a
nuestros propios amigos en el papel de víctimas?
Cuando Flämchen se reunió conmigo en el reino de los No Muertos, Fritz
salió de su escondite. Lo hizo por propia voluntad. aunque no con
alborozo. Semejante prueba de lealtad merecía mejor premio. ¡Pobres
Flämchen y Fritz!
Se presentaron aquí ayer por la noche, pero apuntaba ya el alba y
tuvieron que marcharse. ¡Desdichados rostros, llenos de deseo. apretados
contra las ventanas rotas, llamándome a ellos! Volverán seguramente,
puesto que me han encontrado. Es otra vez de noche. y llegarán en
cualquier momento. Que vengan. He realizado los preparativos necesarios y
estoy listo. Hemos estado juntos antes, y esta noche desapareceremos
también juntos.
Hay una antorcha encendida al alcance de mi mano, y he cubierto el viejo
y reseco pavimento con trapos y aceite para que arda todo el caserón.
Sobre la mesa tengo un revólver cargado con tres balas. Dos son de
plata, y en cada una aparece grabada una cruz. Si Fritz está en lo
cierto, sólo estas balas pueden matar a un vampiro, y hasta ahora ha
demostrado tener razón en todo.
También yo habría necesitado antes ese metal, pero ahora bastará un
simple trozo de plomo. Las especulaciones de Fritz eran ciertas. Aquel
relámpago en forma de cruz, que expulsó al demonio de mi cuerpo,
devolvió a la vida mi verdadera alma. De vampiro volví a convertirme en
hombre. Pero casi hubiera preferido la maldición a los recuerdos que ha
dejado.
Ah, helos aquí otra vez. Llaman a la puerta que he dejado abierta, profiriendo gemidos para expresar su sed de sangre.
—Adelante, entrad, no está cerrado. Ved, os estaba esperando. No; no
retrocedáis ante el revólver. Fritz, Flämchen, me lo agradeceréis.
¡Qué paz hay ahora en sus rostros! Cuan pura es la muerte verdadera. De
todas formas dejaré caer la antorcha al suelo para estar doblemente
seguro. El fuego es el más puro de los elementos. Luego me uniré a
ellos... Este revólver que apunta a mi corazón se me antoja un viejo
amigo. Apretar el gatillo es como una suave caricia.
Es extraño. La llama de la pistola parece una cruz... ¡Flämchen..., la cruz..., tan pura!
Lester del Rey (1915-1993)
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